Ricardo Méndez Toscano. Recuerdos hermosos de calconta

Recuerdos: son vivencias de mi existir sobre este planeta, Tierra; sobre este bendito país, México; y sobre este hermosísimo estado, Chiapas.

Hermosos, porque todo lo vivido, siempre ha estado matizado con tintes de belleza y alegría.

Calconta, porque soy un “Calconta”, o sea, “exseminarista” de los años 60s, del Seminario Conciliar de Chiapas. Cuando estuvimos en ese internado, era sinónimo de “seminarista”.

Este seudónimo nace de la siguiente manera:

“In illo tempore”: en aquellos años de seminaristas, ingresó un alumno de origen tzotzil, que hablaba su idioma, además de “la castilla”. Y un seminarista jocoso le preguntó: Oí, vos Chinto (su nombre era Jacinto Arias), ¿cómo se dice en tu lengua ´estoy contento en el seminario´. Y Chinto contestó, sin empacho: ´shut calcon ta seminario´.

Y ese mismo bromista empezó a decir “shut calcon ta”, repetidas veces, cada vez que se dirigía a Chinto. Y en los partidos de futbol, se empezó a generalizar el grito: “shut calcon ta” = “shuta calconta”. Y desde entonces quedó la palabra “calconta” como sinónimo de “seminarista”. Ahora, aquellos que somos “exseminaristas”, tomamos este seudónimo para bautizar nuestro grupo virtual. Tan, tan.

Pues bien, aceptando la invitación de mi “Paisita” (Gustavo Aguilar Robles), me he sentado frente a la pantalla de mi computadora, tratando de plasmar, en letra escrita, algunas etapas de mi vida.

Nací en la ciudad  de  Chiapa de Corzo, Chiapas; que actualmente ostenta el título de “pueblo mágico”. A los tres meses de nacido, me llevaron a Arriaga, en donde pasé mi infancia (1946 – 1957). O sea que, en Chiapa de Corzo, como decimos por acá, “dejé mi ombligo” (igual que Gustavo. Por eso somos paisanos = paisas = paisitas. De ahí el título de “Paisita”).

En Arriaga estudié la primera parte de la primaria, desde primero hasta quinto grado (en ese entonces, cada ciclo escolar empezaba el 1 de enero y terminaba el 31 de noviembre). Luego me llevaron a vivir a San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

En la ciudad colonial de San Cristóbal de las Casas, terminé la primaria en los años: 1958 – 1959, para luego seguir mis estudios en el internado del Seminario Conciliar de Chiapas, ubicado en esta misma ciudad. Ingresé en enero de 1960 y egresé (no por mi propia voluntad, o sea “libremente obligado”) en mayo de 1966.

La formación recibida en el internado fue totalmente humanística: seis años y medio, estudiando latín, gramática española, griego antiguo, literatura española, historia universal, geografía universal, oratoria, métrica, estética literaria, canto figurado, canto gregoriano, fundamentos de filosofía, algo de matemáticas, física, química y biología, y mucha religión cristiana-católica.

Mis mentores (muy buenos, por cierto), en este centro educativo, me proveyeron de una cultura humanística total, que sirvieron de base para mi desempeño académico posterior, ya que me inculcaron y me enseñaron a ser una persona muy responsable y muy dedicada al estudio.

La educación, aquí adquirida, iba enfocada a una formación para el desempeño social humanitario dentro de una comunidad y dentro de una sociedad. Por lo que se hacía hincapié en el saber “desenvolverse en sociedad”, es decir, el saber comportarse con las gentes, principalmente con la gente “de la alta alcurnia”, la gente de dinero.

Por esta razón, en los primeros años de estudio, se nos instruía en el “buen comportamiento” con clases de “urbanidad” (reglas que habría que observar, cuando se estuviera en “sociedad”): cómo comportarse en una comida, sabiendo utilizar los diferentes instrumentos para tal efecto; saber llevar una conversación, utilizando los términos y palabras apropiadas; saber opinar, discernir y dar un consejo; saber hablar en público, etc…; además de los muchos preceptos de religión cristiana-católica.

Vivíamos internados dentro de cuatro paredes en donde se nos proporcionaba: casa, alimentación, estudio, vestimenta (a veces), casi gratis todo, ya que nuestros padres pagaban, en efectivo o en especie, una mínima cuota, puesto que el seminario subsistía por el sostenimiento episcopal y por las aportaciones voluntarias de gentes pías.

Este tipo de educación creó en mí dos sentimientos: el creerme un ser superior y creer que todo lo merecía; por eso, cuando no se lograba el objetivo final, consagrarse como sacerdote, y abandonar esa estancia, el encuentro con el mundo exterior era muy impactante, ya que te enfrentabas con la realidad, en donde no eras nadie, ni tenías nada; y, además, no contabas con un documento que amparara tus estudios oficialmente reconocidos por la Secretaría de Educación Pública, ni tenías un sostenimiento económico propio (salvo algunos cuantos, que procedían de hogares económicamente pudientes).

Sin embargo, los estudios del seminario fueron los cimientos en que, posteriormente, se fincaría mi vocación y profesión de Maestro.

Ya estando en el mundo exterior, tuve qué escalar todos los peldaños de enseñanza-aprendizaje, desde la secundaria y bachillerato, hasta la profesional, como “Profesor de educación media, en la especialidad de matemáticas” (Así ostento el título, que me extendió la Secretaría de Educación Pública); para lo cual estudié en la ínclita “Normal Superior Benavente”, de corte lasallista, en la ciudad de Puebla de los Ángeles. Posteriormente estudié la “Maestría en ciencias de la educación”. Y, hace algunos años, el “Doctorado en educación”.

Como ya escribí antes, los conocimientos adquiridos en el Seminario fueron las bases para que yo me convirtiera en maestro de muchas generaciones: niños, adolescentes, jóvenes y adultos.

Empecé como maestro de primaria (2do. Grado: doce pequeñitos paupérrimos y en un salón tan pobre como los alumnos). Esto fue lo que despertó en mí la vocación de maestro (“El profesor enseña y el maestro educa”). Y posteriormente de 6º. Grado, en Arriaga, Chiapas. De ahí partí al bello puerto de Veracruz, donde laboré como maestro de primaria y aprendí “el sistema de formación académica lasallista”.

Retorné a mi querido Chiapas y me ubiqué en la ciudad capital, Tuxtla Gutiérrez, donde además de ser maestro de primaria en el Colegio La Salle de Tuxtla (para sostenerme económicamente), estudié el bachillerato en la escuela preparatoria del ínclito Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (ICACH), actualmente UNICACH (Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas).

Al término del bachillerato, emigré nuevamente a Veracruz, buscando ingresar a la Universidad Veracruzana (en Chiapas no había universidad). Al no lograr tal ingreso, me inscribí en los cursos de verano de la Normal Superior “Benavente”, de corte lasallista, en Puebla, Puebla.

Ya siendo estudiante de la Normal Superior, retorné a Tuxtla Gutiérrez, como profesor del nivel medio de educación, o sea, como maestro de bachillerato, tanto en el Colegio La Salle de Tuxtla como en la Escuela Preparatoria del ICACH. A partir de 1975, me desempeñé como catedrático, en la especialidad de Matemáticas, en ambas preparatorias, particular y oficial.

Durante 18 años, laboré desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche, de lunes a sábado, con un descanso de una hora, de las 2 a las 3 de la tarde, para comer. Después de 18 años, renuncié al Colegio La Salle y formé parte de la creación del Liceo José Vasconcelos, donde fungí como director de Primaria (en este tiempo estudié la Maestría en Ciencias de la Educación), y más después, retirándome del Liceo, fundamos, juntamente con mi hermano Guadalupe y otras dos personas más, el Instituto Cristóbal Colón (ya extinto), donde desempeñé el cargo de Director Académico. Ambos colegios fueron de organización completa: Kínder, Primaria, Secundaria, Preparatoria.

Finalmente dejé el ámbito educativo particular, quedándome solamente con mi plaza de base y de tiempo completo en la Escuela Preparatoria Número 1 del Estado, turno vespertino (Antes preparatoria ICACH).

Estando libre en el turno matutino, presté mis servicios como Jefe del Departamento de Educación Vial, en la corporación “Tránsito del Estado”, en los años 90s. El entonces Director de Tránsito me llamó a colaborar con él (había sido mi alumno en la preparatoria de La Salle). Una experiencia muy hermosa, porque mi trabajo consistió en organizar y desarrollar un proyecto de Educación Vial, tanto para los agentes de tránsito como para los choferes de transporte público y gente en general. Fue todo un éxito. Y sin gastar un solo peso. Cuando mi exalumno dejó la Dirección de Tránsito, yo también me retiré de ese ambiente, con una nueva experiencia.

Me jubilé (o sea que me gradué de “Huevón Certificado”) en mayo del 2013, y durante los años 2017 – 2018, estudié el Doctorado en Educación.

Actualmente, me desempeño como catedrático en los niveles de maestría y doctorado, eventualmente.

¿Cuál es mi mayor satisfacción como maestro? El encontrarme con alguna exalumna o exalumno, que me dice: “Gracias a Usted, aprendí matemáticas”.

Tan, tan. Ricardo Méndez Toscano.

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