José Manuel Mandujano Gordillo. El Seminario o cómo salir de la casa paterna
Cuatro sucesos, entre otros, han sido determinantes en mi vida: Salir de la casa paterna para ingresar al seminario, salir de Chiapas (ambos a edad temprana), vivir en la capital del país y tener el oficio del periodismo.
Como efecto de ellos:
a) Aprendí a valerme por mí mismo.
b) Intuí que podía conocer mundos y pensar más allá de las circunstancias locales.
c) Adquirí amplitud de criterio y libertad de pensamiento.
d) Conocí (conozco) lo que oculta lo evidente; analizo los hechos y las personas. Esos cuatro sucesos, además, me han diferenciado.
INGRESO AL SEMINARIO
Desde chico, con once años, me gustaba ir a la iglesia como acólito y como ayudante del sacristán. Era fácil tener el permiso para ausentarme de casa; sin gran negociación, podía estar fuera desde las seis de la mañana y hasta las ocho de la noche. Tampoco debía rendir cuentas. Se notaba la transparencia de mi proceder en mis ojos; esto es, nada de ponerlo de pretexto para irme de pinta. Esas situaciones quise prolongarlas y por eso opté por ir al seminario, al concluir el sexto año de primaria.
Entonces, mi ingreso al Seminario Conciliar de San Cristóbal se me presentó como la oportunidad de dejar la casa paterna, y actúe consecuentemente. Esa fue una decisión encubierta con “sucesivas llamadas de Dios” a la vida sacerdotal. Por supuesto, el motivo de mi elección, salirme de casa, la comprendí después de renunciar al seminario, gracias a la ayuda de un profesional. Me retiré al concluir los cuatro años de teología; esto es, concluída la carrera académica sacerdotal.
A decir verdad, quise abandonar el camino al sacerdocio al primer año de haber ingresado, al terminar el curso previo. Entonces, ¿por qué tardé tanto? ¡Ah, una cuestión antes: ¿Cómo empecé todo?
Cursaba yo el cuarto año de primaria cuando, según lo expresé, pasaba yo mucho tiempo en la iglesia. No por ser religioso, no por rezar, sino para salir con los vicarios de la parroquia a las rancherías circunvecinas, participar de sus prebendas; de vez en cuando acabar el vino de las vinajeras sobrante, recibir cada domingo una paga semanal por la “acolitada” (levantarse temprano para la misa primera entre semana y también el domingo no era cualquier cosa y necesitaba su recompensa, aunque era secundaria)…
Mi abuelo Antonio Gordillo Hernández era el encargado del templo del barrio de la Cruz Grande en Comitán, Chiapas, donde nací el 21 de diciembre de 1948. Él me pedía llamar a misa o a catecismo, y me daba las llaves del templo para subir al campanario y repicar. A mis once años, yo me sentía mayor realizando esas tareas. Fue otro factor para optar por el seminario, aunque el abuelo, hombre de fe, no me indujo a ello.
Del templo del barrio pasé a ser acólito de la parroquia, subí de nivel. El párroco Carlos J. Mandujano me conocía lo suficiente por ser alumno del Colegio Mariano N. Ruiz fundado por él. La “pinza” se cerró para seguir apegado a la iglesia. Fue cuando podía salir temprano de casa y regresar a las ocho o nueve de la noche. ¡Todo el día fuera, sin necesidad de dar mayores explicaciones!
Un tiempo fui catequista en El Señor del Pozo, comunidad vecina a Comitán. Don Serafín Trujillo, dueño de la Farmacia de Dios y consagrado organista, tenía a su cargo la catequesis; yo le acompañaba cada domingo. A mis catequizandos les rifaba mis juguetes; entre estos, un hermoso caballo blanco.
Estaba al tanto de la vida religiosa y la “vida pública” de los sacerdotes; además, conocí muchas personas y me sentía reconocido por ellas; su mirada a la hora de la misa, a la hora de los bautizos, me hacía sentir importante. Todo eso que yo sentía ser la vida de los sacerdotes quise prolongarlo, y decidí ser uno de ellos. Ser acólito fue un factor para mi ingreso seminario.
Cuando la familia supo de mi entrada al Seminario Conciliar de San Cristóbal, lo consideró, alborozada, como un paso natural, dada mi asiduidad a la iglesia. Mi papá Rubén no estuvo totalmente de acuerdo, pero no se opuso. Mi hermano José Ángel se preguntó: “¿Con quién jugaré ahora?”, según me comentó muchos años después. El abuelo mandó hacer un traje café a rayas, porque los seminaristas usan traje; así lo dictó su experiencia; así lo hizo cuando un hijo suyo, mi tío Heriberto, se fue al seminario. Las tías me dieron dinero para llevar. Me sentí sorprendido; sencillamente, las circunstancias me habían hecho otro.
Al acabar la primaria, a mis 13 años, ya había decidido el siguiente paso. El 24 de enero de 1962, fue el día de mi ingreso al seminario. De los 24 que iniciamos desde el curso previo (ante de los cinco años de Humanidades), tan sólo se ordenó uno; Luis Mijangos.
Algunos de mis compañeros de grupo; de izquierda a derecha, atrás: Hugo Albores Cancino, Roberto Arceo, Miguel Angel Guillén (Queso), René Niño, Francisco Cabrera Reyes, Roberto Díaz Molina, Manuel León Fuentes. Adelante: Manuel Guillén Bautista (Escolapio, Chenco), Mario Porras Ballinas y su servidor José Manuel Mandujano Gordillo (El Gallo). No están en la foto: Francisco Javier Coutiño Núñez (Carrancita), Luis Mijangos Beltrán (ordenado), Roberto Gordillo Avendaño (Torito), NN (El Muco), N Castillejos, Lisandro Montesinos, Rodolfo Román Román (Romancito), Jesús Domínguez, Agustín Baraibar Constantino... Ustedes, memoriosos: si alguien recuerda más nombres, favor de indicármelo. Muchas gracias.
Concluido ese primer año, quise salirme. Fui a comentarlo con mi padre prefecto de la División de Menores, Cecilio Baraibar. Él argumentó: “Nos vamos de vacaciones a Socoltenango; ve y regresando me dices”. Acepté con tristeza en el alma o sin total convencimiento. El mes en ese querido pueblo de gente bendecida y el mes de vacaciones en mi casa (con todo y el reencuentro gozoso con la familia y los chamaquitos de la cuadra) hicieron olvidar mis deseos de retirarme del Seminario. Al reiniciar el siguiente año escolar fui promovido a la División de Mayores, hecho que con mayor razón me hizo enrolarme en la vida seminarística, y me fui quedando.
VALORES
Disciplina es el valor fundamental aprendido en el Seminario. De ella deriva el aprendizaje de la meditación, origen, a su vez, de mi actual capacidad de reflexión, concentración, enfoque y síntesis.
Por supuesto, esa disciplina la apuntalaba mi interés. ¿Interés en qué? Interés en mi vida total; la de ese momento. Ese interés me “ajustaba” a la acción. Así me “ajustaba” cuando era yo acólito: Me levantaba temprano para estar en la iglesia antes de la misa de las seis de la mañana, entre semana; y antes de la misa primera, a las cinco y media de la mañana, los domingos.
Otro valor fue la enseñanza del estudio y el incremento de mi disposición a la lectura y a la escritura (llevada actualmente a la literatura).
La lectura y la redacción son dos habilidades apropiadas desde el colegio. En los seis años de primaria, los alumnos teníamos expresamente un libro de lectura (de Fernández Editores) y las composiciones eran tarea frecuente de la asignatura de gramática española. Por supuesto, en casa había libros y revistas, y los primeros centavos para comprar Sandokan El Tigre de la Malasia y Aladino y la lámpara maravillosa, libros publicados en entregas.
Los valores ganados los resumo en uno: Llegar a ser un hombre formal.
Acabado el quinto año de Humanidades, debimos mudarnos al Seminario Conciliar de Querétaro, otros compañeros y yo. Nuestro seminario en San Cristóbal se había achicado; de ahí el cambio para proseguir con los estudios de Filosofía y Teología. El suceso lo interpreté como mi nueva llamada del Señor al sacerdocio, y me dediqué a ser consecuente con esa creencia y a tomar en serio mi vocación. Por supuesto, me fije también en aspectos menos celestiales; “Nos quedará cerca Acapulco”, comenté a más de uno de mis correligionarios. ¡Confundí Querétaro con Guerrero!
Salir de Chiapas fue tan significativo como salir de mi casa.
En Querétaro estudié filosofía y dos años de teología; en ese tiempo aprendí a analizar los acontecimientos
diarios como expresión de la voluntad divina; Dios se encuentra y se manifiesta
en el acontecer cotidiano, en la vida ordinaria, en los “milagros” del día a
día. El hombre y su quehacer están en línea con la voluntad y designios divinos,
tan solo por el hecho de vivir. Antes de olvidarlo, hago memoria agradecida de la buena señora que hizo del lavado y planchado semanales de mi ropa su devoción. Le proveía de recursos su hijo, obrero de la Fábrica El Hércules de textiles, en el suburbio Villa Cayetano Rubio o Hércules. ¡Dios les siga teniendo en sus manos y favoreciéndolos con gracia y bendiciones!
Rodolfo Román, José Manuel Mandujano Gordillo, Jesús Domínguez y Jesús Morales Bermúdez, en una comunidad cercana a Amealco, Querétaro; durante una misión en vacaciones (¿1969?).
En un ensayo académico para acreditar la materia de filosofía con al padre Antonio Cárdenas relacioné una huelga con la moral; no la moralidad de la huelga (dada por un hecho), sino la moral pública del desnudo femenino porque las mujeres huelguistas se plantaron en bikini a media banqueta, en las afueras de la empresa en Los Ángeles, California. ¡Eran los años 1960, tiempos de destape! El padre Cárdenas me llamó para decirme que merecía la calificación de 10, pero que se la daría a un ensayo sobre Miguel de Unamuno (filósofo español, líder de la Generación del 98), un tema cercano a sus ideas. No le reclamé; pero, el hecho de sentirse obligado a darme una explicación sobrepasó la calificación; fue mi 10+.
Esa óptica de la realidad me hizo trabajar en un aserradero en Comitán, durante unas vacaciones. Mi objetivo era estar “aterrizado” en lo divinal terrenal.
Siempre consecuente con mi forma de pensar, me hizo mucho sentido la existencia de los sacerdotes obreros de Italia y de Francia; por tanto, sacerdotes campesinos en un país de producción agrícola. Como en los años 1960 era más fuerte la agricultura que la industria en Querétaro, expresé la necesidad de ser y hacernos sacerdotes campesinos en las parroquias de la Sierra Gorda. Así lo comenté durante un encuentro de acercamiento entre párrocos y nosotros seminaristas.
Me agarró asimismo la ola de los movimientos del 68 y me subí a ella desde la academia. Recuerdo haber organizado mesas redondas en petit comite de discusión sobre, por ejemplo, El Diario del Che Guevara en Bolivia, publicado en 1968. Otro libro de impacto fue El final de la utopía, de Herbert Marcuse, editado en 1968; el autor fue inspiración de muchos jóvenes europeos y latinoamericanos, debido a su planteamiento de acabar con la organización sociopolítica dominante para eliminar la opresión y la miseria.
Esa utopía se haría realidad -y dejaría de ser utopía-. Marcuse enumeraba los elementos para hacerlo: a) la factibilidad de la construcción de un orden social sin conflictos que igualara lo público y lo privado, el Estado y la sociedad civil, el desarrollo individual y el colectivo; b) la creación, desde las fuerzas de izquierda opositoras, de nuevas instituciones que modificaran y transformaran las relaciones de poder, las relaciones de producción, las relaciones ideológicas dominantes, entre otras, con la finalidad de resolver los problemas sociales, económicos y políticos; hecho que implicaba acabar con las instituciones dominantes; c) la dirección del desarrollo científico para generar ciencia y tecnología liberadoras, libres de ser usadas como sutil instrumento de dominación y control.
¡Todo un programa! Eso incrementó el optimismo revolucionario de los años 1960 y principio de los 1970. “El final de la utopía, a fin de cuentas, tiene una virtud incuestionable: nos baja del cielo a la tierra” (dixit Miguel Porta Perales, filósofo y crítico de Marcuse, en 1986). No obstante, siguen las utopías… siempre tendrán creyentes, a pesar de que “vivir sin referente utópico -esto es, en una sociedad autópica- es algo saludable y necesario”, como expresó también Porta Perales y lo suscribo.
Al iniciar Teología, revivieron mis ganas de salirme del seminario. Se lo manifesté al padre espiritual Florencio Olvera, ordenado obispo años después. En su obligación de conservar una vocación, Olvera sugirió plegarme a la consigna de San Agustín: “Si dudas, haz de cuenta que eres llamado”. Sin decisión clara de desertar, opté por hacerle caso y seguí quedándome.
EN EL CONCILIAR DE MÉXICO
En Querétaro, concluí el segundo año de Teología. Después fui cambiado al Seminario Conciliar de México, en la capital del país, con mi terreno abonado para la teología de la liberación. Ese cambio lo interpreté como nuevo llamado a la vida sacerdotal. ¡Ah, en la mudanza hice caso omiso de un asunto banal: la mayor cercanía de Acapulco! Por cierto, en Querétaro promoví y organicé el viaje de los seminaristas mayores a ese puerto de Guerrero.
Salir de Querétaro fue tan significativo en mi vida como salir de mi casa y de Chiapas.
A semejanza de muchos de mi generación, me hice seguidor de la Teología de la Liberación y discípulo de, con mayor razón, Don Samuel Ruiz García, mi obispo de San Cristóbal de las Casas; y de Don Sergio Méndez Arceo, obispo de Morelos. La confrontación de ideas y cierta rebeldía estaban en mi agenda. Proseguí elogiando a Camilo Torres, el cura guerrillero del Ejército de Liberación Nacional (Colombia), promotor del diálogo cristianismo-marxismo.
Don Sergio llegó para dictar una conferencia cierto día. Para esa ocasión, hice su caricatura con la cabeza un tanto desproporcional para escribir en ese espacio algunas de sus ideas de liberación. Al concluir, preguntó si podía llevarse su caricatura; yo, en primera fila, le dije que sí.
En ese tiempo, hice un ensayo breve sobre la Virgen María para aprobar una materia del cuarto año de teología. En él, argumentaba que a ella le bastaba ser madre de Dios, sin más. El maestro, a su vez rector del Seminario, me argumentó en contra y expresó: “¡Y qué más da si se le considera con atributos y advocaciones asignados por la iglesia y la tradición de los fieles!”. No tuve argumento para rebatirlo.
Por cierto, al concluir el tercero de Teología decidí dejar el seminario, aunque opté también por hacer el cuarto y último año de la carrera, con la finalidad de tener algo académico concluido (en mi historial, aparece una materia optativa no acreditada; sencillamente, el maestro no reportó la calificación). Di el paso porque no daba el perfil necesario de sacerdote, lo suficiente para sentirme pecador irredento; además, me sentía yo perseguido por la mirada inquisidora de los posibles feligreses; ¡todo lo contrario de sentirme visto y admirado a la hora de la misa, cuando acólito!
Fue todo un acontecimiento muy comprometido para mí hacerle saber a Don Samuel mi disposición. En uno de sus viajes a Ciudad de México (donde yo radicaba), me convocó para comunicarme mi asignación a la parroquia de Yajalón. Cuando le expresé mi decisión de no proseguir, se reacomodó en la silla y respiró para resistir el golpe ¡Vaya golpe a sus esperanzas y planes puestos en mí! Con todo y su pesar, aceptó.
Golpe duro fue igualmente para mi familia. Mi mamá y mi tía Matilde lloraron desconsoladas por meses (me enteré pasados los años); las había decepcionado. ¡Ellas, con la ilusión de tener un sacerdote en la familia!
Fuera del seminario, estudié la preparatoria e ingresé a la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), a la carrera de sociología, en 1972. Mantuve mi simpatía por las ideas de izquierda y por personajes disidentes. Recuerdo una manifestación enorme en apoyo a Salvador Allende (presidente socialista de Chile, de 1970 a 1973), y yo cantando La Internacional en la Avenida Juárez, camino al Zócalo.
Mi izquierdismo se diluyó con la práctica diaria de la lucha por la sobrevivencia en Ciudad de México, ya sin ninguna tendencia (o creencia) platónica, contagiado por la realidad. De paso, el socialismo se derrumbó solo, bajo el estruendo de un gran símbolo de proporciones universales; a saber, la caída del Muro de Berlín a partir del 9 de noviembre de 1989. ¡Adiós, creencias sesenteras!
NOTORIEDAD
La fama y el reconocimiento me han seguido. No los he buscado de frente; se me han dado desde donde soy y mi circunstancia. Se me ha dado el lugar correcto, el momento correcto y la cercanía con las personas correctas. He sido afortunado. Con mi preparación y capacitación desde antiguo (y siempre en el aprendizaje continuo y por completar) se me ha dado mucho…
El tren subterráneo de la Ciudad de México transporta cerca de 4.6 millones de pasajeros al día. En una ocasión, mi hermana Cecilia iba sentada junto a la puerta de uno de los vagones. Un pasajero, joven él, le preguntó: “¿A poco tú eres Manuel Mandujano”. Él leyó mi nombre en la cubierta de la agenda que llevaba mi hermana; una obsequio mío. “Por supuesto que no; es mi hermano”, respondió Ceci. ¡Que me reconozcan en el Metro, es para hacerse notar!
Ese reconocimiento se debe al periodismo. Soy periodista de oficio desde 1987; oficio permanente en mí, cuyas raíces se hunden en la educación primaria. Siempre, cuando doy una conferencia sobre periodismo o ante colegas periodistas, cuento esta anécdota de quinto o sexto de primaria: A iniciativa del colegio, hicimos un paseo al bosque de San Rafael, en los llanos de Comitán; la tarea escolar fue hacer una composición de lo vivido.
No sabía cómo hacerla, y fui a la cocina: “¿Me ayudas, mamá?”. Ella, conocedora del lugar, lavando los trastos de la comida, fue quien me dictó la composición; yo, escribiéndola, sentado en el dintel de la puerta. El escrito gustó tanto al maestro, al grado de publicarlo en el periódico mural escolar.
Ese fue mi primer artículo publicado, ¡hecho por mi mamá, doña María Camerina! “Como ella lo escribió, ella debiera estar aquí enfrente, en el pódium”, digo a los asistentes. Algunos asienten, otros ríen. Mi madre me lanzó al “estrellato”. Por cierto, ella, asidua lectora desde siempre, me enseñó otra base de la buena escritura, la buena lectura.
PERIODISMO
El periodismo me ha dado todo lo que soy; y todo lo que tengo, también. Gracias a él conozco todos los continentes, a excepción de África. En Bangkok, la capital de Tailandia, una muchacha me preguntó si yo era árabe, yemenita; mi respuesta fue no. “Te lo pregunto porque estuve en Yemen, en donde tengo muchos amigos; y pareces ser de allá”, explicó. ¡Yo, de facciones árabes! En San Francisco, Estados Unidos, otra persona me preguntó si yo era árabe; como era el tiempo álgido del conflicto entre árabes e israelíes, con susto le respondí que no. “Soy de México”, precisé de inmediato y me alejé. No sabía con quien trataba y… no fuera a ser el diablo.
Debido al periodismo conozco muchas ciudades de la Unión Americana; desde el Este (Nueva York, mi primer viaje…), hasta el Oeste (Redmon…), pasando por el Norte (Minneapolis-Saint Paul); y muchos países: Alemania, España, Israel, Hong Kong, Taiwán, Australia, Israel, Brasil, Chile, Argentina, Colombia y Panamá. En Francia, estuve dos veces, invitado por el Gobierno. El idioma francés que me enseñó don Felipe Branco Ricci, me fue imprescindible. ¡Gracias, Felipe!
En esos países, conviví con un sector de sus mejores hombres; los empresarios de la industria informática o de tecnologías de la información; lo mismo, con los directores de sus oficinas en México.
Mi fuente periodística fue la de tecnologías de la información. Me tocó en suerte hacer y ser jefe de la primera sección de Cómputo en México, en un diario de circulación nacional: Excélsior, el Diario de la Vida Nacional. Su lectura fue obligada los lunes para los actores de la industria de cómputo. Eso me llevó a colaborar en una revista de Gran Bretaña y en revistas de Colombia y Perú. ¡La globalidad vivida a diario y transmitida a mi familia!
Me inicié en el periodismo profesional, cuando me llamó Rodrigo Calvillo, jefe de la Sección Financiera en Excélsior, para integrarme al staff, en 1987. Me dio a escoger; o la fuente de comercio exterior o la de computación. Elegí la segunda porque yo venía de trabajar en la Facultad de Ingeniería de la UNAM, en temas de difusión de tecnología aplicada, y se me hizo fácil seguir en ese ámbito.
Por supuesto, incursioné en comercio exterior, tiempo en que se negociaba el Tratado de Libre Comercio de América del Norte; incluso, fui a cubrir una reunión de esas negociaciones en Los Ángeles, California. Entré naturalmente en contacto con el área comercial de varias embajadas, entre ellas las de China y de Dinamarca. Permanecí en Excélsior hasta 1996. Mis siguientes medios informativos fueron revistas de tecnología de marketing y la radio.
El oficio de periodista me hizo salir de mí mismo, tímido como soy; y me hizo (me hace) estar en la avanzada de la sociedad (en los rubros de información, conocimiento, tecnología, empresas, emprendimiento, negocios…). Las personas, mis lectores (sobre todo de empresas y de agencias de relaciones públicas), esperaban la sección y mi columna Varia Inversión los lunes; Señalaban mi escritura diferente, clara y enfocada. “Estudié filosofía y sociología, y el periodismo es mi campo de trabajo”, le comentaba a manera de explicación. Ser el primero en cualquier área tiene sus ventajas.
¡Anécdotas convertidas en vivencia abundan! Por ejemplo, don Jorge Espinosa Mireles, creador y director general de Printaform, empresa mexicana pionera en cómputo, leyó la reseña de una reunión masiva de sus canales de distribución. “Eres el primer periodista especializado en entender qué es Printaform; una empresa de herramientas de negocio y no de fierros; de herramientas de productividad, no de máquinas PC”. ¡Todo un halago, llegado de un genio de la inversión, de los negocios y del marketing! Lo hice mi asesor y consejero.
La cantidad de lectores y los viajes son mi “premio Pulitzer” de periodismo; lo mismo que ser incluido en el libro 50 años de cómputo en México, editado por la UNAM en 2009. En la entrevista resalto el impacto social y económico de la computación: “Llegará el tiempo en que no preguntaremos a las personas si saben navegar en Internet o si saben chatear, porque lo daremos por hecho y porque, lo mejor, será un hecho”.
Periodismo, un oficio rentable y gratificante, al que le dediqué pasión y disciplina. Puede tener mayor presencia e impacto en el ámbito internacional, pero mi inglés tenía sus deficiencias. Le dediqué asimismo perseverancia. “Más vale escribir diariamente que tener una nota premiada”, era la consigna compartida de Miguel Pineda, colega en Excélsior. Él es mi parangón, pero en el área de los negocios y las finanzas. “Dediqué” en pasado, porque dejé del periodismo bajo contrato en empresa y medios, no así el oficio llevado en mi sangre. El periodista es siempre periodista (Definiciones: Periodismo, periodista). Soy periodista independiente.
Además, el diarismo fue mi plataforma de lanzamiento para muchas cosas; una de éstas, y muy señalada, es la creación de ficción o creación literaria (escribo cuentos (Cenzontle y más cuento cortos…) , novelas cortas (Anoche soñé que estaba muerto…) y poemas), Soy premio del I Concurso relato corto "erótica, diversa e igualitaria", de la Mancomunidad de Municipios Valle del Ambroz, Extremadura, España.
De ahí, a la transmisión de conocimientos, mediante la creación de talleres de redacción, de marketing, de contenido creativo, de emprendimiento, de cómo escribir un libro… El más promocionado es el Taller de Redacción Creativa y Contenidos de Valor “La escritura, una celebración gozosa”.
Mi afición a las letras se origina en otra vertiente. La frontera fundacional de mi estilo literario se establece en los Concursos Culturales del Instituto Nacional de la Juventud (Injuve) de Ciudad de México. Luego, fui tallerista con el poeta Alejandro Aura (Premio Nacional de Poesía, México) en el Centro Cultural “Paula de Allende” en Querétaro.
A estas alturas de mi vida, mediando el año 2020, tengo prisa por la innovación y la productividad… Prisa porque el tiempo, “de los 50 en adelante corre que te mata” como expresó Jon Juaristi, en el prólogo de la biografía de Miguel de Unamuno, escrita por él en 2011 (Editorial Taurus)… ¡Hay mucho por hacer!
¡Qué puedo comentar! Simplemente: ¡Tú eres mi gallo! Rmt.
ResponderEliminar¡Todo un halago, hecho y derecho, gran Rmt!
ResponderEliminarQue bonito recuerdo en tu autobiografía te felicito no le sobra ni le falta nada felicidades. Y ya ves que fácil fue para ti pues ya te dije una vez y te lo repito eres grande. Felicidades.
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