Humberto Blanco Pedrero. La línea de mi vida.

Era una hermosa mañana del 9 de mayo de 1949, cuando mi madre parió un niño muy blanco y de pelo ensortijado; mi padre solo alcanzó a sonreír de la dicha tan grande que le embargaba a la llegada de su tercer hijo, de los ocho que llegamos a conformar la familia.

Mis primeros años de existencia los disfruté gozando de la exuberante vegetación de mi habitat natural, ubicada en la Finca El Salvador, Municipio de Tapilula; montañas, ríos y arroyos, cuyo preciado líquido se depositaba en los campos circundantes. El trinar de los pájaros de manera constante, era como escuchar la más hermosa de las melodías; y el observar las serpientes y culebras deambulando por los caminos, eran mis temores, contrarrestados con la presencia de las vacas y los caballos.

Me gustaba caminar por aquellos senderos donde encontraba a mi paso, guayabas, pomarrosas, naranjas, limas degustadas sin límite alguno; y qué decir de los desayunos al lado del fogón de la cocina: quesos, frijoles de la olla, chichones, cacatés, conformaban con los huevos mi alimentación habitual.

No fui un niño enfermizo a pesar del clima y de los torrenciales aguaceros en la temporada julio-diciembre; desde muy pequeño me integré a labores, tales como el corte del café y ocasionalmente a la arriería con mi papá, arriando sus mulas.

El primer vehículo llegó a mi pueblo en el mes de abril de 1958 y todo fue una manifestación de algarabía, que cerraba un ciclo de vida para los lugareños, dedicados al noble trabajo del transporte de cosas y personas en sus animales.

Mi padre cambió de oficio y, como era una persona muy querida, fue designado por la población para ser Presidente Municipal para el periodo 1958-1961. Su primera gestión fue construir la primera escuela de educación primaria, cuyo primer director fue el maestro sancristobalense Oscar Hernández. Después, a petición del nuevo párroco, recién llegado a nuestro pueblo, José Tamayo Martínez, otorgó permiso para abrir la primera escuela religiosa administrada por extraordinarias monjas.

Como ya era acólito, pues mi padre me inscribió a ese Colegio, donde ya me veía como todo un sacerdote. Se lo comenté al padre Tamayo, quien me dijo que todavía no era tiempo para pensar en ir a estudiar esa carrera.

Hasta ganas de llorar nos dieron

Terminando la gestión de mi padre, nos fuimos a vivir a Tuxtla Gutiérrez, donde concluí mi primaria. Cuando creí haber olvidado aquel viejo deseo de integrarme al Seminario, un buen día se aparece el padre Tamayo, quien ya había hablado con mi madre para irme a estudiar a San Cristóbal.

A mi padre no le gustó la idea, pero prevaleció el fervor de mi mamá, quién, al verme dubitativo, sacó un rosario de consejos y recomendaciones para aceptar esa propuesta; y fue así como, juntamente con mi amigo Marcelino Álvarez, llegamos finalmente al Seminario, en una tarde fría y lluviosa, que hasta ganas de llorar nos dieron cuando se despidieron nuestros familiares.

Esa primera noche sentí un frío intenso y lo sentí aún más cuando al otro día el reglamento obligaba a bañarnos en aquellas heladas aguas de las regaderas, que despertaban al más valeroso.

Al Seminario lo consideré mi hogar, pues me arropó y me dio nuevos y grandes amigos conservados hasta la fecha. Los casi tres años vividos en él fueron de entrega y de una verdadera pasión por servir a Dios.

Aprendí nuevos conocimientos sobre la vida, sobre todo a experimentar el valor supremo del respeto hacia nuestros semejantes y del gran amor hacia el Ser Supremo; sin embargo, nunca me consideré un iluminado, ni mucho menos pretendí llevar más allá el fervor religioso.

Agradecido con mis maestros, siempre los llevaré en mi corazón, particularmente a mi estimado Felipe Blanco Ricci, a Cecilio Baraibar, a Ernesto Bañuelos y a mi gran benefactor y amigo, José Tamayo Martínez.

Practiqué futbol y el basquetbol, el deporte de mi vida. Me juntaba con amigos, tales como Bibiano Luna, Porfirio Velasco, el Nadita, el Queso, Chepe Hernández, Gustavo Aguilar, el Viejo File, el Guacash, Ricardo Zenteno, Víctor Cancino, José Vidal, Francisco Bermúdez, Pedro Pablo Zepeda, Francisco Cabrera, Miguel Ángel Citalá, Guillermo Hess, Constantino, cuyo nombre no recuerdo, originario de Yajalón; y Javier Coutiño, de Venustiano Carranza.

Igualmente, y a pesar de encontrarse en filosofía o teología, tuve la fortuna de conocer y convivir con Jesús Morales, Benigno Cal y Mayor, el güero Agustín Baraibar, a quien recuerdo con especial cariño, pues un mes antes de su muerte convivimos en una reunión familiar; Francisco Gómez Maza, con quien proseguimos nuestra amistad hasta su fallecimiento; al igual, Alejandro Pérez Estrada, a quien conocí fuera del Seminario, y nos unió la religión y fuimos de los primeros en incursionar en los Cursillos de Cristiandad.

Color de rosa

No guardo memoria de alguna travesura hecha en esos tiempos. Sufría, sí, los regaños del padre Luis Guillén, porque cometía los mismos pecados, amenazándome en no darme el perdón en la confesión, si no me corregía.  No sé cuál fue el momento, pero me enteré del padre Franco, un sacerdote ya retirado, a quien se le permitía aún el don de la confesión. Vivía por el rumbo de Santo Domingo. Con mi amigo Marcelino Álvarez, acudíamos a él, ya que casi no escuchaba ni veía muy bien; por lo mismo, nuestras confesiones eran sensacionales, pues casi empezando nos daba el perdón y sin ninguna penitencia.

Quedaron grabadas en mi mente aquellas vacaciones extraordinarias en Tzimol, con sus campos llenos de plantaciones de caña de azúcar, su clima envidiable y nuestras jugadas de futbol por las tardes con los lugareños.

Jamás olvidaré aquella mañana cuando nos levantaron demasiado temprano para ir de paseo a Socoltenango, trayecto recorrido a pie por muchas horas. De él recuerdo el regreso, obligado a realizarlo por la tarde, a pesar de nuestro cansancio. Nos anocheció y un grupo nos perdimos en el espesor de la montaña; sin embargo, luego retomamos el camino y llegamos con bien a nuestro destino.

Mi ilusión era pertenecer al coro, ya que era motivo de gran admiración de los pobladores, cuando cantaba en Catedral. Recuerdo la voz fuerte del hoy padre Rodolfo Román. Nunca se me hizo fuera considerado, porque decían ser yo muy desafinado.

Mi vida en el Seminario fue de color de rosa; estudios, meditaciones, entregado a Dios, comer, jugar, conversar con los amigos, sintetizaban nuestras labores diarias, conjuntadas con las maravillosas anécdotas de los compañeros.

A mi salida del Seminario, debí estudiar la secundaria, ya que no eran reconocidos oficialmente nuestros estudios; lo hice con mucho gusto y alegría.

Los Rollos de Qumrán

Estudié y me titulé como Contador Público en la Escuela Superior de Comercio y Administración del Instituto Politécnico Nacional (IPN); Luego hice una Maestría en Administración en la Universidad la Salle y un Diplomado en Alta Dirección de la Empresa Pública en el INAP.

Mi formación y preparación académica me permitieron acceder a puestos de cierta relevancia, sin necesidad de recomendaciones o de amiguismos. En ese tenor, comparto con ustedes el haber sido subcontralor de la entonces Secretaría de Comercio Federal, comisario del Sector de Comunicaciones y Transportes, y comisario de Educación, Ciencia y Tecnología en la entonces Secretaría de la Contraloría General de la Federación.

Fui también contralor general de la Secretaría de Educación Pública; contralor, subdirector general, director general y encargado del despacho, de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos; director de Riesgos Financieros de la entonces Aseguradora Hidalgo; auditor superior del Estado de Chiapas; asesor en la entonces Procuraduría General de la República; coordinador general de Gabinetes del Estado de Chiapas y secretario de la Contraloría también de nuestro estado de Chiapas.

En esa vorágine de mi vida, hecha casi en la Ciudad de México, también tuve la oportunidad de correlacionarme mucho con la cultura, pues desempeñé el cargo de comisario en Bellas Artes y en el Centro Cultural Tijuana; al igual, ser un apasionado de la investigación básica y aplicada por fungir con la misma función en el Cinvestav, el propio IPN y otros centros de investigación sectorizados al CONACYT, tales como el CIBNOR y el CICESE.

No quiero pasar inadvertido un hecho de enorme relevancia para mí; el haber conocido los Papiros del Mar Muerto. Resulta que mi primo era el director de Conservación de la Fundación Paul Getty, quien me invitó a conocer sus laboratorios ubicados en Santa Mónica, California (EE. UU).

Recorriendo las instalaciones, de repente me dice: “mira a través de este orificio; apreciarás a unos científicos trabajando, y lo que tienen extendida sobre la enorme mesa es una parte de los Manuscritos más relevantes encontrados a orillas del Mar Muerto, Son los conocidos como Rollos de Qumrán, datados en el año 250 A. C.”. Me estremecí y me llenó de emoción lo que veían mis ojos: ¡tenía enfrente de mí uno de los textos del antiguo testamento! 

Seres llenos de luz

Estoy felizmente casado con mi esposa Rebeca Irene Carrillo Reyes, desde hace casi 48 años, con quien procreamos dos hijos: Rebeca Guadalupe y Humberto, ingenieros en sistemas y en electrónica, respectivamente. Tenemos tres nietos.

A los 71 años de edad, aún disfrutando de un trabajo, quisiera por último agradecer a Dios por todo lo recibido de él; agradecer la oportunidad de volverme a reencontrar con esta familia, ustedes; y, sobre todo, de disfrutar sus relatos diarios, sus vivencias, problemas y emociones transmitidos con mucha alegría; verdadero aliciente para continuar luchando en esta vida.

Mediante el blog, idea genial,  he conocido a mucho de ustedes, su caminar por este sendero; y aprecio con mucho afecto la grandeza de su alma. Son seres extraordinarios y llenos de luz, testimonio de la presencia de Dios, siempre al lado de su hijos, Los Calcontas.

Gracias a todos por su amistad.

Comentarios

  1. Es un gran placer tener como Amigo y Hermano del Alma a una persona que ha sabido valorar la vida con todas sus bondades y desavenencias, pero sobre todo, la hermandad de los CALCONTAS.
    Felicidades, Humberto por todos tus triunfos en la vida, que a pesar de ser altos nunca has despegado los pies de la tierra.
    Recibe mi admiración y afecto.
    -Pepe Espinosa

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  2. Tocayo.hermosa vida. síguela disfritanddo

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