José Luis Aguilera Cruz. Autobiografía


Mi madre, Lilia, es de Motozintla Chiapas, de la sierra a de Chiapas, casa del Quetzal y del pavón, nobles aves que embellecen la región; mi padre, Jorge, fallecido en 2017, Tuxtleco, del antiguo barrio de san Roque, conejo sanroqueño, por la distancia no era natural que se conocieran, pero la orfandad de ambos los llevó a Arriaga, mi madre desde pequeña, al quedar huérfana de madre fue llevada con un medio-hermano a esa ciudad costera y mi padre por razones de trabajo, así coincidieron en la ciudad de los vientos, ahí se conocieron y ahí comenzó mi familia.

Siguieron los viajes, ellos al casarse se fueron a radicar a la ciudad de México, fue así como vine a este mundo en el “de efe”, nací en un hospital que por aquel 1952 estaba en la calzada de los misterios, no sé si por el terremoto o por el tiempo, ya no queda huella de ese lugar, pero por gracia de Dios nací un 15 de mayo, en el mero centro del mes mariano, cuando la iglesia entrega flores a María.

Mis padres, a mis 40 días me llevaron a Presentar a los pies de la Reina de México, la morenita del Tepeyac, este dato lo vine a saber una hora antes de que iniciara la misa de ordenación sacerdotal 26 años después, ahí supe que lo que mis padres hicieron de una manera tan sencilla, la virgen lo había tomado a dos manos.

Tres meses después ya estábamos viviendo en Arriaga y así de pronto dejé la chilanga vida, en ese mismo año nos fuimos a vivir a Villa Flores, crecí en un ambiente muy alegre, con grandes amigos, algunos están en las filas de la Rial Academia, con algunos de ellos fuimos en bici a un rancho cercano, alguien mató con su tirador un pajarito, así que aquel lugar le llamamos el ranchito del infeliz pajarito.

Todavía recuerdo que me tocó la llegada de uno de los primeros coches a la ciudad de las gardenias, todos corríamos detrás del automotor recién llegado gritando alborozados: “turismo, turismo” con el corazón henchido de alegría y la garganta llena de polvo, me tocó también la llegada de la luz a ese idílico pueblito, ya podíamos jugar a la tenta poniendo el poste recién puesto de la luz como base, haciendo competencia con el ron-ron que también buscaba esa luz nueva que destellaba.

Como todos tienen su pueblo, yo me apropié de la perla de la frailesca, ¡¡¡ese es mi pueblo!!!

Y resulta que a mi pueblo llegaron unos seminaristas a misiones, quedó grabada en mi memoria un canto a voces que ellos cantaban: “Es el Iztaccíhuatl princesa divina, el Popocatépetl guerrero sin par, no pudo el destino sus almas juntar, volcanes amantes por siempre serán, pom pom pom, pom pom pom”. ¿Alguien recuerda más detalles de esta misión y de esta canción?

Los estudios de primaria los inicié en la “Ángel Pola” de Villa Flores y los terminé en la “Emiliano Zapata” de Arriaga, ahí mismo inicié la “secu”.

Era el 1965, dos cosas sucedieron a distancia pero unidos por el amor de Dios, Ese año fue consagrado el 25 de Julio en Tuxtla Gutiérrez el Obispo don José Trinidad Sepúlveda Ruiz-Velasco, el otro acontecimiento la fecha exacta quedó en el baúl de los olvidos, pero lo importante está fresco en mi corazón, un día de ese 1965 Dios se fijó en mí y me llamó, y comenzó mi historia entrelazada con la de la diócesis.

Mi vida de calconta.

Ese mismo año habló mi padre con el recién nombrado obispo de Tuxtla, y me envió al semi de San Cristóbal de las Casas, y de pronto me convertí en un CALCONTA.

Fue el 1966 el único año calconta de mi vida, se nos asignó a san Pío X, como nuestro santo Patrono, así que el 3 de septiembre preparamos entre otras cosas un sainete, ahora que lo pienso creo que nos faltaron más ensayos, pero la risa, fue imparable, ahí terminó mi carrera de actor, tengo en mi memoria los compañeros adolescentes de aquel año previo, recuerdo que aún llorábamos cada uno por su mamá, que entre lagrimas teníamos que aprender las declinaciones en latín.

En una ocasión fuimos de paseo al famoso y deseado Arcotete, y en una de tantas todos vimos como Tito Velasco caminó por la orilla sin ninguna precaución, todos aguantamos la respiración, menos Tito, que pasó sin cuidado y sin que le pasara nada, ufff, salvada.

En otro momento estábamos todos en estudio cuando se abren las puertas de golpe era el Gran Jorge López, entró de prisa se tumba cuan larguísimo era en la tarima del maestro y empieza a declamar la poesía recién aprendida y en esa postura nos la venía a presentar y a voz en cuello gritá: Tres años hace murió abuelita cuando la fueron a sepultar, deudos y amigos en honda cuita se congregaron para llorar…, todos soltamos la risa pues el prefecto estaba en el salón con nosotros cuidándonos para que estudiáramos.

Viene a mi memoria al cuesita aprendiendo a patinar por los pasillos de la división de menores, o a Tomás Nangullasmú actuando en otro sainete, haciéndola de quien había dejado el vicio del cigarro pero que añoraba el exquisito olor del tabaco y estaba tan metido en su papel que se aventó desde la altura de una mesa, pero su agilidad se sumó a su artes histriónicas y todo quedó como una excelente actuación. Entrañables compañeros del previo.

Recuerdo que cerca de nuestro salón fueron, no sé si a guardar o a arrumbar, el último invento de no sé quien, era un futbolito demasiado complicado, creo que se manejaba con las manos y los pies, ¿quién fue el Arquímedes moderno que construyó tal armatoste? yo no lo recuerdo pero de seguro algunas de las memorias privilegiadas calcontescas que están leyendo estas líneas, sí.

Ese año mi paisano Jorge Luis Ruiz me confió que se saldría del seminario, fue un dolor grande, era mi único paisano, habíamos sido monaguillos en Villa Flores, pero bueno, Dios tiene sus caminos para seguir amando a sus hijos.

De lo más terrible en ese calcontesco mundo fue levantarse y lavarse con esa agua de hielo que mandaban por la tubería, alguien me enseño y yo aprendí inmediatamente que para qué lavarse si mojándose la puntitita de los dedos y pasándolo por los ojos, quedaba uno más que limpio. Mientras que de lo más sublime eran las misas cuando asistíamos los cien muchachos, entre los menores pelones, los vecinos, un poco mayores y no se diga los solemnísimos teólogos, entre los que estaban el famoso “cañon” y el hermano de mi párroco, Javier Coello Trejo.

De Sancris a Querétaro.

Pero mi obispo me pidió que al siguiente año yo me quedara en Tuxtla a iniciar la secundaria en el colegio Lasalle, cómo que la secundaria? si yo la deje inconclusa para entrar al semi, y ahora resulta que tengo que reiniciarla de nuevo, ni modos, a empezar la secundaria y me tocó con un grupo nada mediocre, grande en verdad, compañeros de vida que hoy seguimos también unidos.

Al terminar la secundaria el obispo don Trino buscando una preparatoria católica nos envió a Zamora Michoacán, donde también un grupo de seminaristas de esa diócesis pasaría a la prepa, ahí vamos, puesto que entre los obispos había además gran amistad, el obispo de Zamora era monseñor José Salazar López, pero sucedió que el santo Padre lo nombró arzobispo de Guadalajara y al poco Cardenal, y a Zamora llegó el obispo que me había confirmado y dado la primera comunión, monseñor Adolfo Hernández Hurtado, que venía de la conflictiva Iglesia de Chiapas, de la diócesis de Tapachula a la que la ciudad de las gardenias perteneció por unos años antes de que Tuxtla fuera nombrada diócesis también.

A la llegada de monseñor Adolfo a Zamora coincidía que nosotros terminábamos la prepa, fuimos destinados a otro seminario, donde también fluía una amistad entre don Trino y su obispo, fuimos al seminario de Querétaro, donde pastoreaba el obispo don Alfonso Toriz Covián, y así como da vueltas la vida volvimos a encontrarnos con varios de los amigos calcontas, tanto de la diócesis de Tuxtla como de San Cristóbal, como Mijangos, Mandujano, Guillén, Morgado.

Los recién llegados a Querétaro, compañeros de Tuxtla formamos la colonia Tuxtleca y como humildes corderitos fuimos regenteados por un león, León Morgado, él se había apropiado de la huerta del seminario de Querétaro y tenía sus herramientas en un salón del teatro del seminario al que le llamábamos la cueva de León, ahí eran nuestras reuniones y nos organizábamos para tener fondos y poder venir de misiones a alguna parroquia de Tuxtla, y fabricábamos cloro y lo vendíamos, intentamos fallidamente hacer luces de bengala.

Al llegar a Querétaro, mi apariencia no demostraba que tenía 18 años, aparentaba menos, yo no sé si en esto tuvieron que ver los calcontas de San Cristóbal, pero inmediatamente me pusieron el apodo de pichi, así que ese fue mi apodo durante mi estancia en ese lugar y algunos compañeros de aquellos queretanos años aún me llaman así, hubo una época que el apodo cambió, resulta que Morgado me encargó alimentar las palomas, se construyó una gran jaula y yo pasaba a las mesas de los compañeros a recoger los migajas de pan y de tortilla para alimentar a los pichones, e iba a las mesas diciendo “pa los pichones, pa los pichones”, no faltó quien me cambiara el apodo de pichi a pichón.

El seminario de Querétaro fue lo máximo, fui el hombre más feliz, tanto que olvidé la meta, y me quedé en el camino, esto produjo una crisis muy fuerte que me llevó a tomar la decisión de dejar el seminario, era el año 1976, diez años después de haber entrado al seminario del calconterío, pero quise despedirme de cada uno de los formadores para agradecerles su ayuda hasta ese momento, todos estaban felices y esperando esa decisión mía, excepto uno, conocido por los calcontas exqueretanos, Gustavo Sanmartín que me ayudó a ver un detalle que las universidades ya habían cerrado matrícula y que era mejor que yo trabajara un año y luego entrara a estudiar psicología, pero me propuso que me esperara a vivir los ejercicios espirituales que iniciarían en breve, accedí, esos ejercicios espirituales cambiaron mi vida, fue sobre el ideal personal propuesto por el movimiento de Schoesnstatt.

Resultó que no me salí del seminario sino que a la luz de ese movimiento inicié una renovación de mi vida, en ese movimiento la virgen María tiene una función muy especial, y su ayuda fue muy importante en mi vida, me consagré a ella y las cosas empezaron a cambiar, ella me hizo el favor de mostrarse viva en una situación muy importante, y para mí la virgen no es una imagen, es una persona que está viva, así como la vio Juan Diego en el Tepeyac, yo no la vi pero las cosas pasaron para demostrarme lo mucho que me ama y el camino que quiere para mí, seguí el camino y llegó el momento de la ordenación sacerdotal.

Caballero de la Inmaculada

El 27 de diciembre de 1978, toda mi familia amontonados en el coche familiar, nos dirigíamos a la catedral de san Marcos y mi mamá empezó a contarme como cuando yo cumplí 40 días, mis papás me llevaron a la basílica de Guadalupe a presentarme, a ponerme en sus manos, ahí entendí que ella tomó en serio esas palabras de mis padres y se mostró hasta el momento mejor indicado.

Llegamos a la catedral de san Marcos, en ese tiempo el presbiterio era una medio círculo cóncavo, como recién había pasado la navidad estaba por adorno un niño Dios colgado y unas palabras que decían: “Nació de María virgen”, así sin más, yo me considero que nací al sacerdocio gracias a María virgen.

Esa noche nos ordenamos 4 y estuvieron en la ordenación sacerdotal tres obispos: don Samuel Ruiz, don Felipe Aguirre que se encargaba de dirigir el coro “Paz en la tierra” y don Trino, el ordenante, él estaba feliz pero afónico, pero ahí estábamos sus muchachitos, los que nos recibió de chiquillos, dos de Jalisco: Oscar Campos, hoy obispo de Cd. Guzmán, Jal.; y Roberto Castellanos, apodado El Ciego (en gloria de Dios está); y dos de Chiapas: el padre Amilcar Cancino que de Dios goza y yo. A la hora de la homilía don Trino al que aún escucho con su voz rasposa, inició diciendo: “mi garganta se niega hablar, pero mi corazón quiere gritar”

Al terminar la ordenación, como yo ejercí mi diaconado en Bochil, nadie me conocía, yo me quité inmediatamente los ornamentos con la intención de ir a dar gracias al santísimo, y salí, la gente se agolpaba tratando de entrar a la sacristía, yo salí contracorriente, nadie me dijo nada, me fui a postrar ante el santísimo para dar gracias, hoy, en el lugar donde yo estaba hincado dando gracias, está enterrado mi padre ordenante, monseñor José Trinidad Sepúlveda Ruiz-Velasco.

Después salí y fui al parque central, nada había cambiado, todo seguía igual, solo yo sabía lo que traía en mi corazón.

En las manos de Dios.

He ejercido mi sacerdocio en pocos lugares, Bochil, fue como la primera novia, la que jamás se olvida, ahí aprendí que tenía que salir del templo e ir y estar con la gente, tenía un ejercito de 200 catequistas bilingües que llevaban el mensaje que yo les daba a todas las comunidades, en el año jubilar extraordinario Guadalupano 1981 a 450 años de las apariciones de Ntra Sra de Guadalupe, visité a lomo de caballo, burro y lo que se pusiera en frente 35 comunidades, a medio año el párroco me dio mi “estatequieto” fue una etapa muy difícil, todo terminó cuando mi padre don Trino me llamó por teléfono para que lo fuera a ver al otro día, esa misma noche estaba bien puesto en Tuxtla.

Al día siguiente fuimos a Villa Corzo, no sabía la que me esperaba, me esperaban 12 años y 6 meses de trabajo, al principio me iba a llorar al río Buena Vista, además de los peces Dios escuchó mi lamento y vio mis lágrimas, poco a poco las cosas cambiaron iniciamos ahí la experiencia de los Ejercicios Espirituales al principio de jóvenes y al paso del tiempo de matrimonios, de mujeres solas y también de hombres solos, esto vino a cambiar toda la parroquia, la gente más pobre y de ranchos podía encontrarse con Jesús y cambiar su vida, de esta época hay varias religiosas y sacerdotes, hasta un obispo, muchos matrimonios que se salvaron del divorcio, hoy algunos me dicen papá. Yo les enseñé a pensar, les inculqué a que tenía que superarse.

Fui enviado a la Ciudad de México a estudiar la licenciatura en Teología Bíblica, gracias a Dios salí con 9.2 de promedio igual que en la secundaria, fue un gran logro, cuando le dicen a uno “la universidad tal le concede el título tal al sr….” Se siente con la misma adrenalina como cuando le dicen “acérquese el que se ha de ordenar presbítero el sr….”, todo eso ahora era para servir mejor a mi diócesis. Estuve por 9 años dando clases en el seminario y ejerciendo el papel de vicerrector, encargado de disciplina de Teología, prefecto de estudios, en esta época logramos obtener el revoe para que los muchachos salieran como licenciados en filosofía.

Fui nombrado párroco en san José Terán donde apenas estuve dos años y medio, e inicié un nuevo servicio a la Iglesia como  Vicario General, fueron 10 años de intenso trabajo a nivel diocesano, con dos diferentes obispos, fue interesante el ejercicio de servicio que el Señor me pidió, en este tiempo pude estudiar leyes y obtener el título de licenciado en derecho, más viejo pero con un promedio de 9.8.

Actualmente estoy en la parroquia de Santa Cruz Terán, como párroco, hemos luchado porque haya gente nueva que venga a dar sangre renovada al trabajo pastoral, y por otro lado hemos remodelado la nave principal del templo parroquial. Por otro lado el obispo me ha pedido me encargue de la oficina del apoderado legal, para encargarme de todas las propiedades de la arquidiócesis. Y continúo encargándome de la pastoral penitenciaria de la arquidiócesis, como desde hace 20 años en este trabajo fui por cuatro años asesor nacional de la pastoral penitenciaria. Y por otro lado estoy terminando el período de cuatro años como presidente del consejo interreligioso de Chiapas.

 

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