José Guadalupe Espinosa Trujillo. Mi autobiografía.
Mis padres son Ricardo Espinosa Castro y Luz de Ma. Trujillo Trejo. Soy el primogénito de esta nueva familia, desde 1945, el 26 de enero.
Desde muy pequeño, mi padre me enseñó a trabajar en el taller de imprenta donde él hacía toda la publicidad del “Teatro Zebadúa”: funciones de cine, peleas de box y presentación de artistas llegados de vez en cuando a San Cristóbal.
Mi madre me enseñó mis primeras oraciones. Con su ejemplo, me enseñó a confiar en Dios, pues siempre estuvo necesitada de recursos económicos para dar de comer a siete hijos y a dos tías, hermanas de mi papá. Hacía milagros para multiplicar la comida.
Atribuyo la causa de la embolia que postró a mi papá durante veinte años, a la mucha presión económica para dar de comer a tanta familia, pagar renta de la casa, comprar ropa, pagar servicios, etcétera.
Cuando cumplí catorce años de edad, mis papás aceptaron la oferta de mi tío Rodolfo, el Padre (así le decíamos, porque era sacerdote, párroco del enorme e inhóspito municipio de Ocosingo), quien se ofreció a pagar la colegiatura de mi estancia en el Seminario Conciliar de Chiapas.
Fui encausado por el camino de la piedad, primeramente por mi bendita madre, y luego por el ambiente religioso, desde cuando me inscribí como monaguillo en el templo de Guadalupe, cuando tenía aproximadamente ocho años de edad, por invitación del padre Magín Torreblanca. Este primer “trabajito” sí me gustó, porque nos daban “nuestro domingo” cada fin de semana, con lo que podíamos comprar nuestras “trompadas” (caramelos hechos de panela).
Al poco tiempo de haber ingresado a este bendito lugar (el Seminario Conciliar de Chiapas), cumplí mis quince años, pero sin ninguna fiesta especial; no la extrañé de tan a gusto que me sentía en mi nuevo hogar.
Los muchos amigos me hacían la vida más divertida. Había entre ellos muy buenos deportistas, músicos, cantantes, poetas, escritores, actores y excelentes estudiantes, los “Caletres”; todos con muy buen sentido del humor. Yo pertenecía al grupo de los pintores, los “pinceles” de los telones para las obras de teatro.
Posteriormente, nos nació la inquietud de hacer una revista impresa, por iniciativa del padre Aurelio Zapata, prefecto de la División de Mayores; entonces, le pedí a mi papá me diera prestada una pequeña prensa manual y algunas cajas de tipos y nos convertimos en “editorialistas”. Ahora, la revista “Lumen” ya no saldría hecha a máquina de escribir, sino en imprenta.
Mis ayudantes fueron: Filemón Martínez, Vicente Han, Hugo Albores, Manuel Mandujano, como se puede apreciar en la foto (de izquierda a derecha); y Ricardo Méndez (ahora, mi Compadrito ) (no está en la foto), el director de la revista.
¡Qué bellos momentos! ¡Qué forma tan productiva de aprovechar nuestra creatividad y nuestros ratos de ocio!
Pero, era también obligatorio practicar algún deporte para estar sanos, dormir cansados y evitar así “los malos pensamientos”. Jugábamos mucho basketball y futbolito. Nos echábamos unas “retas” hasta morir. ¡Nunca sudé tanto como en aquellos inolvidables momentos!
Como si fuera ayer
Cuando se siembra una buena amistad, los frutos se cosechan toda la vida. Nos conocemos desde hace sesenta años; y, cuando nos volvemos a encontrar, nos saludamos como si fuera ayer.
Mi cultura y el diseño de mi personalidad se lo atribuyo a mis maestros del Seminario y a la disciplina. A todos nos influyó el ambiente respirado en este excelente SEMILLERO, en donde los mentores convivían con sus discípulos, corrigiéndonos a cada momento nuestros errores y dándonos el tiempo necesario para meditar la vida de Cristo y confesar nuestras equivocadas decisiones.
Yo estuve internado seis años (de 1960 a 1966), dedicado a estudiar las diferentes ciencias humanas y conocer más profundamente las Sagradas Escrituras; aunque fui un poco “duro de cabeza”, mis calificaciones siempre me fueron favorables, gracias a la ayuda de mis amigos, especialmente de Ricardo Méndez, Vicente Han y Jorge Díaz Chuquín. Todavía conservo algunos diplomas ganados a pulso.
Aproximadamente en el año 1965, una alopecia comenzó a invadir mi cabeza, a causa de no sé qué; ni los médicos supieron la causa de mi problema. Me dieron tratamientos contra micosis, nerviosismo con hipnosis y hasta para un posible mal funcionamiento de mi metabolismo.
Mientras los jóvenes de esa época usaban larga cabellera, como los Beatles y demás grupos musicales o artistas de cine, yo debía estar rapado, usando una gorrita de estambre. Era muy incómodo, pero fue la oportunidad para hacer a un lado la vanidad.
Entre 1965 y 1966 me sucedieron dos hechos lamentables: la caída de mi pelo y la enfermedad de mi papá. ¡Más trastornos económicos para empeorar la situación de mi hogar! Había deudas qué pagar y enfermos qué curar; una de las deudas más fuertes era la de la imprenta, cuyos “pagarés” estaban en manos del banco y debían rescatarse. Pero, ¿quién, si el hijo mayor estaba internado en el Seminario?
Un día, el padre Raúl, al ver la angustia de la familia, me dijo: “Pepe, tu familia es primero. Ve ayudar a tu mamá y a tus hermanitos, y más adelante Dios dirá”.
Organicé a mis hermanos para trabajar en la imprenta, pero apenas sacábamos para lo primordial. Afortunadamente en esa época, empresarios textileros fundaron la primera empresa que pagaba los mejores sueldos de la región. Y esto, nos vino a salvar, porque mi hermano Luis y yo fuimos seleccionados para trabajar en la “Fábrica de Hilados y Tejidos San Cristóbal”, y mi hermano Jesús se quedó como encargado del taller de imprenta.
Estuve combinando el trabajo con el estudio en la Secundaria Nocturna y Normal Primaria, hasta conseguir mis certificados para ir a presentar examen de oposición en la Ciudad de México. Fui seleccionado con muy buenas calificaciones para adquirir una plaza federal como Profesor Rural en el Estado de Michoacán. Allá me quedé 15 años. Trabajé 5 años en primarias y 10 en secundarias.
En mis primeras vacaciones de fin de curso me vine a Chiapas para cumplir con mi promesa de matrimonio con una linda chica de Ocosingo llamada Luvia Violeta. Nos casamos el 14 de agosto de 1971. Procreamos tres hermosos y maravillosos hijos: Víctor Hugo, Elizabeth y Claudia.
Los siguientes períodos vacacionales, en vez de venir a Chiapas a “pachanguear”, me quedaba en la Normal Superior del Estado de Puebla para estudiar; lo hice durante seis períodos vacacionales, hasta conseguir mi título de “Maestro de Enseñanza Media en la Especialidad de Inglés”. Mientras yo estudiaba, mi esposa y mis hijos vacacionaban con sus abuelos, un tiempo en Ocosingo y otra parte del tiempo en San Cristóbal.
En 1985 pedí mi cambio a Chiapas y me lo concedieron.
Aquí, en Chiapas continué prestando mis servicios a la SEP durante otros 26 años más.
Fueron 41 años de estar conviviendo con adolescentes; misión que, considero, tiene mucha similitud con el ministerio sacerdotal, porque uno maneja material humano muy moldeable, en donde se pueden inculcar buenos principios y así, encausar a los jovencitos hacia una vida recta.
En el año de 1996, el 5 de febrero, mi querida esposa Luvia Violeta la sorprendió la muerte a causa de un edema pulmonar, mientras estábamos pasando un fin de semana en Ocosingo con mis suegros. La vida se me desmoronaba, pues la compañera de mi vida me dejaba, después de compartir la vida durante 25 años.
Un año aguanté la vida desordenada que llevaba. No podía estar en mi casa, me sentía muy solo, aunque convivía con mis hijos. No podía evitar las lágrimas al recordarla frecuentemente. Hasta que uno de mis hijos, Víctor Hugo, el mayor, me dijo: “Papá, ¿por qué no te vuelves a casar? Nosotros, ya pronto nos marcharemos; nos iremos a trabajar o nos casaremos.
Esta idea debía analizarse, pues se oponía a las costumbres familiares de guardar luto algunos años o se prestaría a malas interpretaciones. A un año de viudez, me decidí a ir a una fiesta en donde conocí a Almita, mi actual esposa. Mantuvimos un año de noviazgo, para luego casarnos el 20 de diciembre de 1997.
Hubo críticas y algunas oposiciones, pero la decisión estaba tomada y fue la mejor. ¡Todo pasó para bien, a pesar de todo!
Somos un matrimonio con “altos y bajos”, pero estable. Tenemos tres hijos encantadores y muy inteligentes, en proceso de formación: Alma Paola (20 años), Sergio (19) y Ximena (16 años). Esta nueva vida me revitalizó y me hizo ver la vida de otra manera.
¡Tengo tanto por agradecerle a Dios! Las penas y los dolores son necesarios para valorar cuanto tengo.
En los momentos más críticos y más alegres de mi vida, los CALCONTAS han estado presentes; así, puedo mencionar a Gutmita y a su mamá, Roberto Arceo, Ricardo Méndez, Vicente Han, Jesús Aquino, Paco Cabrera, Mario Porras, Pablo Ramírez, Mario Díaz, Gustavo Aguilar, Roberto Gordillo Avendaño y varios más, quienes en menor escala han influenciado mi vida.
En la actualidad, gracias a la sólida amistad tenida desde la niñez, hemos conformado un grupo de amigos-hermanos de más de 100 elementos. A diario nos comunicamos para saludarnos, bromear, intercambiar ideas, comunicar nuestros gustos y nuestras penas, hacer oración por alguna angustia o simplemente para agradecer el nuevo día o compartir los logros de nuestros hijos o nietos. Todo esto estimula nuestras neuronas, pues nos hace pensar, recordar e inventar, lo cual es muy saludable para el cerebro. Nuestra hormona de la felicidad, la serotonina, nos hace sentir bien.
Ser CALCONTA es tener en el alma el sello indeleble de “Buen Amigo” y mucha sensibilidad, además de un alto grado de espíritu de servicio.
He tenido la fortuna de vivir 75 años, entre cientos de vivencias; en ellos, la presencia de Dios ha sido palpable, pues nunca me ha desamparado.
Me siento querido por mi esposa, hijos, nietos, hermanos, sobrinos, amigos, compañeros de trabajo, exalumnos, vecinos, y… ¡qué más quiero! Te tengo a Ti, Señor y a tu Madre, Nuestra Madre Inmaculada.
El presente bosquejo biográfico fue hecho durante el encierro de la cuarentena con motivo del COVID-19 (mayo de 2020).
Haz tenido una hermosa vida papá. Eres una persona ejemplar, siempre reflejas felicidad y optimismo. Todos te admiramos y queremos por eso especialmente yo.
ResponderEliminarSiempre lo he dicho y lo sostengo: Pepe Espinosa, mi compadre, amigo y hermano, es un chingón. Rmt.
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