Carlos Antonio Gordillo Gordillo. Autobiografía


Nací en la ciudad de Comitán de las Flores, ahora de Domínguez, Chiapas, el 18 de octubre de 1953; en el barrio de San José, a una cuadra de su hermosa iglesia.

Al lado de mi casa vivía don Eduardo Rovelo, quien vendía leche; fui amigo de sus hijos e intercambiábamos cuentos que mi hermano Roberto, fotógrafo en Foto Estudio Martínez, acostumbraba comprar semanalmente en La Proveedora Cultural, la papelería de don Ramiro Ruíz; por ejemplo: Memín Pinguín, Lágrimas y Risas, El llanero Solitario, Kalimán, otros que no recuerdo y también el Esto.

Luego, Don Eduardo se cambió casi enfrente donde yo viví, donde fueron las oficinas de la aduana, ahora una plaza muy bonita y moderna con restaurantes y cafeterías para fifís. En esa calle vivieron doña Esther, quien se encargaba de abrir y cerrar el templo de San José; y además era huesera; su hermana doña Chepa preparaba aceite de resina, vendía carbón y naranja agria, y su hija se llevaba muy bien con mi hermana Sara.

Al lado de mi casa vivió don Wenceslao Vencho Díaz, empleado en la oficina de correos; se llevaba muy bien con mi papá; ellos se reunían los fines de semana para echarse sus tragos con Roberto Martínez, tío de Cueza; y con quien trabajó mi hermano Artemio como radiotécnico; por cierto, tenía su taller contra esquina del hotel internacional y de la botica de Cirito Mentol propiedad de los Mijangos. Los hijos de don Vencho, primos del Cueza, fueron compañeros míos en toda la primaria; todas las tardes, después  hacer la tarea, salíamos a jugar canicas, la rueda con un carrete, hoyito pelota, trompo, el triciclo y, más grandecito, la kicla.

A donde se mudó don Eduardo vivían unas viejitas que vendían jocotío verde y manzana con polvojuan. A la vuelta de la casa del lado izquierdo estaba La Labor, basurero lleno de zopilotes comiéndose los “chuchos” muertos y más abajo estaba el puentecito y, junto, la cantina de doña Chepa. ¡Muchos más personajes que podría mencionar!

A la vuelta de la casa tenía más amigos, los mazacuata, quienes también fueron compañeros en la escuela; enfrente de la casa de ellos vivió don Mariano Morales, en cuya mecánica mi mamá me mandaba a trabajar en tiempo de vacaciones y ganarme mis primeros centavitos. Yo fui muy ahorrador; tuve mi cuenta en Bancomer y me gustaba ahorrar para comprar sobres con estampas y llenar mis álbumes de banderas, escudos y de otro tipo. ¡Muy buena motivación!

MEDALLAS DE PREMIACIÓN


Pasando a lo académico, fui primeramente al kínder, a la vuelta de San José; de ahí me inscribieron en el Colegio Mariano N. Ruíz, donde cursé la primaria. Fui monaguillo en la Iglesia Grande siendo el párroco monseñor Carlos J. Mandujano García, donde aprendí a probar el vinito que sobraba de las vinajeras. Tuve de compañero a Memo Bermúdez  El Orejas y otros más; hacíamos enojar a don Abelardo, el sacristán; él nos correteaba y nos daba de coscorrones. En ese entonces, nos poníamos unos zapatos de charol y detrás del altar jugábamos a la esgrima con las velas; también, por las tardes ayudábamos a los bautizos; los sábados era más interesante porque había bautizos solemnes; nos peleábamos porque nos daban buena propina; uno abajo y dos al campanario.

De las propinas compraba un racimo de uvas en un puesto enfrente de la iglesia, por donde estaba el consultorio dental; luego, una paleta con don Límbano Moreno y dulces con una viejita enfrente de los Monos; ¡El resto para la cuenta del Banco!

Durante la primaria, cada año recibía mis medallas de buena conducta, aplicación y aseo; y participaba en las obras de teatro que se presentaban en el Cine Comitán en la clausura del año escolar.

Hice mi primera comunión a los 9 años, en misa solemne presidida por monseñor Carlos J. Mandujano; mis padrinos, los Cristiani: Don Polo Torres y doña Elba, de la Fotografía Tocris; doña Esperanza y doña Chelo, del Hotel Delfín (donde estaba la terminal de los Autobuses Cristóbal Colón). Después de la misa, se sirvió el desayuno en casa: patsitos, pastelito con manjar y chocolate. Acudieron monseñor Carlos, mis padrinos de bautizo, don Ernesto Cifuentes y su esposa doña Julita, quien trabajaba en aduana.

Mi nueva travesía


Al término del sexto año, monseñor Carlos invitó a los que quisieran ir al Seminario de San Cristóbal de las Casas, Chiapas; me animé y de ahí empezó mi nueva travesía. Fue en febrero de 1967 cuando ingresé; fui uno de los fundadores de la Escuela Secundaria Técnica “Las Casas”.


Mis compañeros en el seminario fueron: Artemio Ramírez (el Toro), Enrique Hernández López (el tol), ahora sacerdote; Francisco Javier López Zamorano (el Zeki), también sacerdote; Francisco Javier Santiago (Panchito), Guillermo Guillén Martínez (el Cueza); los seis estuvimos en el curso propedéutico, con clases de Griego y Latín impartidas por monseñor Raúl Mandujano García.

Terminada la secundaria, cursamos la preparatoria de dos años, en la Escuela Preparatoria José María Morelos y Pavón, escuela de gobierno; asistíamos en el turno vespertino (no muy recuerdo; pero, las clases eran de 6 a 8). Cuando no había clases, nos íbamos al cine o a visitar a unas amiguitas que vivían a dos calles del Seminario; hablo en plural porque Artemio y yo fuimos una mancuerna. Por las mañanas, las clases de monseñor Raúl.


A las 5 de la tarde merendábamos un bolillo, atole y frijoles. Cabe señalar que Cueza ya no cursó la Preparatoria. Terminando la Preparatoria nos mandaron al Seminario Regional del Sureste (Seresure) en Tehuacán, Puebla; ahí estuve hasta el tercer año de filosofía, aunque no terminé.

Me regresé a Comitán; trabajé un año en el taller de mi hermano Artemio (radiotécnico); me quedé porque mi intención era entrar a la UNAM, pero había pasado el tiempo de inscripción; hasta el siguiente año me fui a la Ciudad de México, presenté el examen, quedé aceptado y me inscribí en la Facultad de Contaduría y Administración.

Ahí mismo en la UNAM, en la Dirección General de Asuntos Jurídicos, ingresé a laborar; pasé por varias dependencias hasta llegar la Secretaría General, en el 7º piso de la Torre de Rectoría, donde me jubilé al cumplir casi 30 años de servicio.

Me casé en el año de 1977; tengo dos hijos, profesionistas. Vivo en San Andrés Totoltepec, rumbo a la carretera federal México-Cuernavaca, un lugar muy tranquilo, que parece estar fuera de la ciudad de México, pero estoy dentro. El 15 de mayo de 2020 cumplí 43 años de casado.










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